Desde el inicio de la crisis, se estima que alrededor de medio millón de jovenes españoles hemos salido de España en busca de algo que nuestro país no nos ofrece. En algunos casos se trata de una oportunidad laboral, en otros para aprender un idioma, conseguir cierta experiencia profesional en el extranjero o simplemente unas condiciones dignas con las que poder vivir y no solamente sobrevivir.
Por supuesto, esto trae consigo algunas desventajas. El precio que se paga por todo lo anterior es para muchos demasiado elevado, para otros un mal menor comparado con quedarse... supongo que cada uno tiene sus prioridades. Ese peaje no se mide en dinero, se llama echar de menos.
Si algo echamos de menos desde el extranjero, incluso más que el jamón, la tortilla de patatas o el buen tiempo es, sin duda, la familia y los amigos. Los españoles somos un pueblo que, en general, hace mucha vida en la calle, que disfruta en compañía y que, con cualquier pretexto, se reúne para disfrutar con los suyos. Lo llevamos bien dentro, en nuestro ADN desde generaciones. Por eso nos encanta aprovechar esa semanita de vacaciones, esos días de puente, para volver de visita cuando tenemos la ocasión... sobre todo cuando estamos "cerca". Y es que el concepto de cercanía se ha relativizado considerablemente durante los ultimos años debido a la lamentable situación actual del país.
Al menos mi experiencia personal así lo indica: antes la gente de mi círculo se movía a la ciudad de al lado, tal vez a Madrid o Barcelona... siempre con la idea de volver lo antes posible en mente. Últimamente el país se nos ha quedado pequeño y cada vez lo intentamos más lejos. Yo mismo, hace un par de años me encontraba estudiando inglés en Australia y, aunque ahora vivo en Holanda, sigo estando a más de dos mil kilómetros de "mi ciudad". Desde esta perspectiva, ahora hasta se puede considerar que vivo cerca.
Si algo echamos de menos desde el extranjero, incluso más que el jamón, la tortilla de patatas o el buen tiempo es, sin duda, la familia y los amigos. Los españoles somos un pueblo que, en general, hace mucha vida en la calle, que disfruta en compañía y que, con cualquier pretexto, se reúne para disfrutar con los suyos. Lo llevamos bien dentro, en nuestro ADN desde generaciones. Por eso nos encanta aprovechar esa semanita de vacaciones, esos días de puente, para volver de visita cuando tenemos la ocasión... sobre todo cuando estamos "cerca". Y es que el concepto de cercanía se ha relativizado considerablemente durante los ultimos años debido a la lamentable situación actual del país.
Al menos mi experiencia personal así lo indica: antes la gente de mi círculo se movía a la ciudad de al lado, tal vez a Madrid o Barcelona... siempre con la idea de volver lo antes posible en mente. Últimamente el país se nos ha quedado pequeño y cada vez lo intentamos más lejos. Yo mismo, hace un par de años me encontraba estudiando inglés en Australia y, aunque ahora vivo en Holanda, sigo estando a más de dos mil kilómetros de "mi ciudad". Desde esta perspectiva, ahora hasta se puede considerar que vivo cerca.
Los que llevamos ya una temporada lejos de casa experimentamos de vez en cuando la extraña sensación de volver de vacaciones a casa de nuestros padres, esa que siempre consideraremos como nuestra. Y digo extraña porque estamos eliminando al viaje la emoción de descubrir un nuevo lugar, la posibilidad de confirmar si ese nuevo destino merece o no la pena, ese cambio de chip que casi siempre trae consigo conocer, aprender, experimentar.
Es difícil de explicar y probablemente sólo aquellos que han vivido fuera una larga temporada puedan entender esa espcie de viaje al pasado que supone "volver". Aunque hayan pasado algunos meses o incluso un par de años, ponerse al día parece cuestión de minutos y de repente da la impresión de que el tiempo se ha detenido y podemos seguir con nuestra vida en el mismo y exacto momento en que la dejamos justo antes de embarcarnos con destino a una nueva vida. Cuando intentas actualizarte te encuentras bastante a menudo con la típica respuesta de "todo como siempre" e incluso a veces alguien te mira, condescendiente o sorprendido, como si fueses un marino del siglo XV que vuelve a casa tras lanzarse al descubrimiento de una nueva ruta comercial, cruzando lo desconocido. Parece que para los emigrados cada día fuese una nueva aventura y al bajarnos del avión en nuestro destino no hubiese también rutina...
Esto se acentúa incluso más cuando existe un mayor choque cultural entre España y el nuevo país que nos acoge ya que las diferencias son mucho mayores y hay un nuevo proceso de adaptación con cada desplazamiento.
No hace falta ni mencionar que, por supuesto, siempre vuelvo encantado a "casa" e intentaré escaparme cada vez que pueda. Después de un tiempo fuera echo de menos pasar tiempo con mi familia, alegrarles el día con mi visita a los abuelos, reirme con mis amigos... y volver durante unos días a esos mismos hábitos de los que no hace mucho tiempo escapaba. Pero creo que quien haya experimentado esta misma situación entenderá perfectamente de lo que hablo.
La que era tu casa ya lo es un poco menos y, aunque tu sitio sigue ahí reservado, casi todas tus cosas están en otra parte, lejos. El mapa que tardaste tantos años en crear, también ha cambiado. Y necesitas un par de días de adaptación para volver a esa vida de nuevo. Y para cuando lo hemos conseguido, ya es hora de partir de nuevo.